Hay quienes desde muy tempranas edades desarrollan una notoria cualificación para seleccionar objetos que son del agrado de los demás. Desde ropa, accesorios, objetos de decoración hasta la música o eventos a los que asisten. A veces, sin ser conscientes de el porqué o la trascendencia de sus selecciones, generan un impacto significativo en la forma que son vistos por los demás, suscitando generalmente admiración en su entorno. Se trata de personas de buen gusto. En este contexto debe entenderse el gusto como un fenómeno que trasciende el sentido humano que permite captar los sabores, consistiendo más bien en una forma de goce, o placer estético a partir del cual podemos reconstruir la forma en que vivenciamos el mundo desde la sensibilidad.
El gusto, hace referencia sobre todo a la capacidad del espectador de disfrutar o valorar una obra, pero requiere casi del mismo talento o habilidad que la del propio artista. Que al igual que la vocación del artista se presenta en muchas ocasiones como una inclinación innata, desde la cual tenemos el ojo, la visión o la comprensión del potencial que tiene una obra por el estímulo que esta nos produce al apreciarla.
A pesar de ello, con el buen gusto no sólo se nace, sino que en reiteradas ocasiones se hace en el individuo a partir de las distintas experiencias que modelan y perfeccionan los talentos del ser humano. Mejorando su ser, su entendimiento. Agudizando su sensibilidad a partir de los procesos formativos que favorecen el disfrute y apreciación de objetos estéticos.
De acuerdo a Petra María Pérez Alonso – Geta, catedrática de la Universidad de Valencia, en su artículo El gusto estético. La educación del (buen) gusto (2008), “el gusto comienza a mostrarse de manera temprana, pero al principio es muy rudo, inexacto y reducido. Se forma gradualmente y avanza poco a poco hacia la excelencia.” Resalta que, este perfeccionamiento se da a través de etapas y sujeto a los hábitos, resultando una combinación de los poderes del juicio y de la imaginación. Como proceso educativo, la educación por el arte y en el buen gusto debe no sólo favorecer al individuo sino tambien su condición de ser social donde la sensibilidad no consiste solamente en la identificación de lo bello sino el encontrarse en la piel de los demás y anticiparse a los sucesos. En ese mismo orden, señala Pérez (2008) que la Educación del buen gusto se desarrolla a través del conocimiento de las artes y la imaginación; debe crear actitudes estéticas propias del contemplador y creador artístico, debe familiarizar al ser humano con lo bello sin importar dónde o cómo aparezca dicha belleza; propiciar la familiarización con el arte actual y con las obras del pasado y liberar al ser humano de la idea de que el arte debe responder a un fin práctico sino que trasciende generalmente al objeto en sí mismo.
El buen gusto se hace y se perfecciona, en ocasiones desde tendencias innatas, a veces a partir del interés por los productos artísticos, pero en ambos casos a través de un proceso de aprendizaje complejo que alude a la sensibilidad pero que requiere de la imaginación. Desde la asociación y la experiencia del arte podemos más que observar la belleza, comprender las motivaciones y suscitar nuevas reflexiones que nos permitan conectar con los demás y que nos hacen más humanos.